Parte
de mi pasado es un vertedero del cual los recuerdos se escapan. Memoria traumática, ese fue el
diagnóstico que me dieron a la edad de doce, y desde entonces he estado en
tratamiento psicológico. Han pasado 17 años y aún no sé con certeza lo que
sucedió en mi vida en un período de ocho meses. Sigo asistiendo regularmente a
las sesiones, se ha hecho una rutina que me proporciona tranquilidad pero de la
cual ya perdí la esperanza de un resultado que me regrese el tiempo perdido.
Recuerdo
la sangre, la única sangre que me atormenta. La sangre del hombre al que maté.
Se
hicieron averiguaciones forenses: en ese tiempo fui violada. Los últimos
residuos encontrados en mi fueron los de Antón Urbaez; el hombre con cuya vida
acabé. Pero quién sabe qué más pudo suceder en esos ocho meses en blanco. No
hubo gran avance en la investigación, y el caso fue cerrado. Todos parecen
haber olvidado y perdido el interés por la verdad; yo no.
Siempre
será parte de mí; unos días despierto queriendo recordar y cierro los ojos
haciendo un esfuerzo descomunal que acaba en jaqueca. Otros días pienso que es
mejor no hacerlo, lo llaman memoria
traumática por algo. Aun así aquí estoy, entre los cuerpos de investigación
criminalística, esperando algún día dar con una pista, y tratando de hacer lo
mejor para que mi caso no se repita.
Hace
unas semanas llegó a mis manos un expediente. Un caso muy turbulento y del cual
los periódicos querían sacar el mayor provecho posible. Los reporteros estaban
sobre nosotros como moscas hambrientas. El caso era complicado y muy vistoso,
pero ya lo habían sacado de proporción convirtiéndolo en algo que iba más allá
de lo morboso.
Dentro
de un SUV Dodge Durango último modelo se encontró el cuerpo sin vida de Isabel
Padrón, una niña de trece años, quien estuvo secuestrada por doce meses. Junto
a ella se encontraba el joven sacerdote Sebastián Uzcategui de 33 años. Ambos
muertos por asfixia química. Lo “jugoso” de todo este asunto es que la chica se
encontraba desnuda y a horcajadas sobre el cura.
La
verdad es que no podía culpar a los medios, sí era un caso malditamente
interesante. El hecho de que fuese un cura y no cualquier otro hombre… La
Iglesia católica estaba siendo juzgada, señalada, y observada; la acusaciones
que les hacían cada día, fuesen verdaderas o no… Una total cacería de brujas.
Eran
aproximadamente las tres de la madrugada y yo estaba en la sala tomando café recalentado en mi mug de famosas series televisivas. Hace cinco
minutos que veía la misma página en este expediente que ya no me decía nada.
Llevar trabajo a casa nunca parecía buena idea, pero a veces era necesario.
Tomé nuevamente las carpetas que un compañero había organizado para mí con
varios casos similares que tal vez me podrían dar alguna pista. En este momento
debía utilizar cualquier cosa que estuviese a mi mano.
Todo
era extremadamente vago en estas carpetas, no era un trabajo de recopilación
muy pulcro, pero esperaba que fuese útil. Casos de secuestros relacionados con
jóvenes adolescentes, algunas violaciones, muertes extrañas y algunos cold cases.
Los
casos de jovencitas secuestradas y aparecidas muertas al tiempo eran comunes,
pero sólo en algunos aparecía el elemento eclesiástico. En su mayoría aparecían
como testigos, pero en un par de expedientes estaban también como sospechosos,
aunque nunca se les llegó a probar nada por escasez de evidencias.
No
estoy segura si es mi falta de fe, pero me parecía más una cuestión de mano
enguantada que de falta de evidencias.
De
repente un nombre llamó mi atención, ¿cómo lo había podido pasar por alto?
Antón Urbaez, ahí estaba. ¿Pero sería el mismo? no es un nombre común. Debía
haber un número de expediente que me llevara a una foto. Ahí estaba, sí, era él,
pero ¿qué hacía en este expediente?, era un cura y este era el reporte de su
desaparición.
¿Antón
Urbaez un hombre de la iglesia? Esto no tenía sentido. ¿Pero cómo es que nadie
había dado con esta información antes?… ¿O si lo habían hecho?
Ya
eran las cinco de la mañana y lo que quedaba de mi café se había enfriado, eso
no importaba, estaba absorta en mis propios pensamientos. Mi memoria defectuosa
no dejaba de mostrarme la misma imagen una y otra vez: la primera vez que me vi
en el espejo aquel día: estaba despeinada y llena de sangre de pies a cabeza.
Una niña de mirada inexpresiva que se veía al espejo.
Los
recuerdos se agolparon unos tras otros en mi mente, un torbellino sin orden.
Comenzaron como fotografías unas tras otras, y luego fue como ver una vieja
película: éramos varias las prisioneras utilizadas con propósitos sexuales, día
tras día utilizadas para complacer las fantasías más perversas de un grupo de
sacerdotes. Se hacían llamar “La secta”, y sólo los eclesiásticos de mayor
rango de la ciudad podían entrar. Ellos eran siete que poco cambiaban, las que
rotábamos éramos nosotras.
Aquel
día se iban a deshacer de mí. Antón me tomó una última vez en el carro, tan
brutal como siempre. Y comenzó a manejar quién sabe a dónde. Yo estaba en el
asiento de atrás asustada por mi destino cuando noté que podía deshacer el nudo
que ataba mis manos. Un extraño descuido de Antón, quien era especialista en el
Bondage. Lo demás sucedió todo muy
rápido, con su misma cuerda intenté ahogarlo, y aunque casi nos salimos del
camino logró frenar a tiempo. Era muy fuerte para mí, cuando no pude contra él
y me arrebató la soga tomé un bolígrafo que estaba rodando por el suelo del
carro y lo introduje a un lado de su cuello; ahora sé que le atiné a la
yugular. La sangre comenzó a derramarse por todas partes, bañándolo todo, yo
incluida, y tiñendo con dulce carmesí lo que encontraba a su paso; y él se
quedó sin movimiento.
Bajé
del auto y lloré, lloré de agradecimiento, lloré de shock. Lloré hasta que se
me secaron las lágrimas. Y mucho después de eso fue que nos encontraron. Ya no
lloraba, pero junto con mis lágrimas se habían ido mis recuerdos.
Aquí
estaba lo que había buscado por años, y lo necesitaba. El link que me llevaría
a cerrar mi caso y el de la joven Padrón. “La secta” había llegado a su fin…
“La
pesadilla se hace cada vez más recurrente. Esta noche he despertado en medio de
un grito, mí grito. Abro los ojos y quiero que la sangre se desvanezca, pero
eso no pasa inmediatamente; mis sábanas y mis inmaculadas paredes blancas se
tornan carmesí y no puedo hacer nada para evitarlo, sólo queda esperar que
todo vuelva paulatinamente a la normalidad”.
By: Mig Angellic
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